«PACHU ¿Puede el amor cambiar lo incambiable?» de Gabriel D’Elia.

Graciela Licciardi (2011)

Prólogo de: «PACHU» ¿Puede el amor cambiar lo incambiable? de Gabriel D’Elia

Conozco a Gabriel D´Elia prácticamente desde que nació, pero no crean que tengo tantos años, él tampoco, y hoy cuento con la dicha y el placer de ser la persona que quiere prologar esta novela: “Pachu, puede el amor cambiar lo incambiable?”, que ustedes, nuevos lectores de algo escrito por este autor, que ha puesto toda la garra para poder hacerlo, apreciarán desde distintos puntos de vista. Yo les voy a dar el mío, desde el lugar de la literatura; lugar que ocupo desde hace algún tiempo y espero que les sea interesante.

Ya en el título D´Elia instaura un interrogante, el cual nos pone en estado de alerta desde el comienzo; se trata nada menos que de una pregunta acerca del amor, tema tan transitado en todas las corrientes artísticas. Habrá qué ver cómo el autor aborda esta temática; como primero, denota que hay algo que cambiar, que “aparentemente” parece ser “incambiable” pero sabemos qué filosóficamente ya Einstein dijo: “que para efectuar un cambio no debemos seguir haciendo siempre lo mismo” . Además todo sujeto es pasible de cambios y veremos que en el personaje de Pachu, la férrea voluntad y una paciencia infinita, son los pilares con los que se moverá a través de todas sus acciones.

Es notable cómo se va descubriendo la existencia del amor, ya que el mismo es un sentimiento que surge en el momento más inesperado y esto D´Elia lo maneja con maestría en esta novela.

En estos quince capítulos he podido observar que, a pesar de la fluidez de la narración de los hechos, hay un gran detenimiento en cada instante recreado por el autor. El tiempo es un elemento contundente que actúa como medio inflexible para condicionar al lector a seguir leyendo. Ésta podría decir, es una de las cualidades preponderantes del texto, ya que insta constantemente a despertar curiosidad en lo que está “ por-venir”.

Los personajes principales: Romi y Pachu van despertando en el lector sentimientos encontrados; por un lado Gabriel D´Elia nos acerca a ese ser entrañable, Pachu, que es su alter ego y que va sufriendo transmutaciones a lo largo de la historia; a pesar de su primera face de postura egocéntrica y conquistadora, tocando en el orden de lo obsesivo-compulsivo, denota, sin embargo, una vacuidad en lo que ha estado viviendo el personaje y no escatima la descripción de lugares de la infancia o de la juventud de los que ha querido “salirse” para surgir exitosamente en la vida. Además el mismo personaje reconoce sus fracasos y lentamente nos va introduciendo a su mundo interior donde no faltan el sarcasmo, la ironía y el humor en lo narrado. Así D´Elia nos va haciendo descubrir a un ser que, a pesar de recalcar todo el tiempo que “todo lo puede soportar”, es, sin embargo, vulnerable a las emociones humanas, lo cual nos hace encariñar con Pachu, ese ser que lucha siempre, a cada instante, sin perder nunca la esperanza.

También Romi Locañe es un personaje antagónico: no sabe muy bien qué hacer con su existencia; a lo largo de la narración la veremos fluctuar entre diferentes estados de ánimo, con una historia pesada y de conflictos que determinan las causas de esa “aparente” frialdad, que es su mecanismo de defensa que se crea ella misma y también se habla de autodestrucción, lo cual es un tema pasible de un profundo análisis.

D´Elia maneja con destreza los personajes secundarios, los amigos: Fede, Eze, Vale, Pablo,Elien, los vecinos, también juegan un papel importante, ya que ellos son los conductores de una vida que Pachu y Romi manejan pero de la que, en determinado momento, necesitan descansar o apartarse.

Además están los enemigos de Pachu: Diego y Pablo y las enemigas de Romi: Cin, la Ucra, y Yaqui, entre otras rubias más que van apareciendo como detonantes a lo largo de la novela y que crean la suficiente tensión para mantenernos en vilo.

El lenguaje popular que es utilizado, con códigos usados socialmente por los jóvenes, produce un acercamiento mayor a un rango de edad determinada y aquellos que ya hemos pasado ese rango, deberíamos tener una mente abierta y no “pacata y arcaica” para poder apreciar, en su justa medida, la elección de dicho lenguaje y en su expresión no tomarla como burda sino en forma francamente libre y desprejuiciada, lo cual hace a la novela más fresca y fluida.

El sentido de la amistad es reivindicado por el autor de esta novela, como así también los valores sociales y éticos, a través de diferentes reflexiones que aparecen en la narración y que no voy a mencionar para que el lector las descubra y medite sobre ellas.

La relación simbiótica que se produce entre Pachu y Romi es una clara manifestación de lo que a todo ser humano le ocurre: los sentimientos de amor, odio, bronca, desasosiego, impotencia, paciencia, aceptación, espera, incomprensión, placer, miedo y tantos otros, que el autor imprime en el accionar de los personajes y con los cuales cualquier lector sufrirá indefectiblemente una identificación, lo cual es un logro por parte de D´Elia.

Los innumerables diálogos perfilan la historia hacia una dicotomía en la que todos se ven inmersos y en la que se va desarrollando el ambiente de inestabilidad emocional en el que se mueven los personajes principales.

D´Elia nos sumerge con inteligencia en este terreno en que prepara al lector para hacerlo sentir impotente y con ello crea la incertidumbre necesaria para que se produzca la intriga de seguir leyendo.

Podría continuar con el análisis escritural de la novela pero entiendo que lo más importante es que sea leída y degustada “a piaccere” de cada uno.

Al final de estos primeros quince capítulos los personajes principales todavía no han definido totalmente su lugar en estado de conciencia determinada. Habrá que esperar a que Gabriel D´Elia nos siga entregando lo que ya, probablemente, haya escrito y lo dé a conocer. Veamos su propuesta y sumémonos a ella.

Desde mi lugar como escritora auguro gran éxito en este emprendimiento e insto a los lectores a contribuir para que eso se realice.

Gracias Gabriel D´Elia (yo lo escribo bien) por haberme elegido tu madrina para esta notable novela.

 

MADRINA DE LA NOVELA DE GABRIEL D´ELIA – “PACHU ¿EL AMOR PUEDE CAMBIAR LO INCAMBIABLE?” SE SOLIDARIZA CON LA PROPUESTA

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El Diario de Rosalind Schieferstein» de Cristina Pizarro.

Graciela Licciardi, Septiembre de 2010

¿A quién desnuda el Diario de Rosalind Schieferstein de Cristina Pizarro?

He leído la obra poética completa de Cristina Pizarro constituída por: “Poemas de agua y fuego”, “La voz viene de lejos”, “Lirios prohibidos”, “Jacarandáes en celo”, “Confesiones de Gertrudis Glauben” y he analizado uno de los ejes temáticos que atraviesa su escritura, me refiero a la presencia del cuerpo y este libro que hoy tengo el agrado de presentar aquí: Diario de Rosalind Schieferstein, también lleva esa impronta.

En la escritura de cada personaje de su invención de Cristina Pizarro nada ocurre porque sí, tal vez no provocado en su totalidad y conscientemente sino muchas veces descubierto a través de lo onírico o en la simplicidad de lo intuitivo.

El libro está dedicado a Osiris y dice la autora: “personaje nacido de mis ensueños y que me brindó la dicha de alcanzar una nueva vida” y más abajo afirma Rosalind: “como la semilla morirás para renacer en forma de espiga” que son parte de los versos del poema “Para Osiris Brombeerstranch”.

La fuerte percepción de lo soñado desemboca en la memoria y la autora lo convierte en poesía. Cristina Pizarro en el prefacio, dirigiéndose al lector, escribe: “quien se limite a buscar la anécdota, no la hallará, pero tampoco encontrará el sentido quien ignore (desconozca) la importancia del pensamiento simbólico y mítico”.

Rosalind nos conduce a través de su Diario hacia un Muro y Laberinto, como se titula la primera parte, y una vez más al leer lo que ha escrito la autora nos sentimos envueltos en una seducción poco usual; el deseo por alcanzar el amor es un acto de lucha, de convencimiento, de tenacidad, de esperanza, de vehemencia, que lleva a Rosalind a atravesar todos los escollos para llegar al final del laberinto donde quiere alcanzar la dicha.

Así Cristina Pizarro demuestra una vez más, a través de su escritura, ese anhelo incesante de un ser renovado que necesita la experimentación del amor para concretar sus sueños. Rosalind se va construyendo dentro de un ambiente de ensoñación cuyas vivencias van siendo impresas a lo largo de este Diario que desnuda su alma. La Licenciada Berta Richter lo denomina “Diario Lírico”, donde la excelsa búsqueda de la belleza y la intimidad en que nos sumerge Rosalind, nos hace evocar sentimientos por todos transitados, como el amor, el deseo, los recuerdos de la niñez y la adolescencia y las eternas interrogaciones acerca de la vida y la muerte, constituyéndonos, a los lectores, en testigos y cómplices de sus manifestaciones.

Rosalind, a lo largo de todo el Diario, sufre constantes mutaciones: es Perséfone, Eurídice, Isis. El primer poema “Yo soy” lleva un acápite de Eurídice “no sé, no consigo recordar…tendré que aprender de nuevo el dolor…¿cuánto tiempo estuve muerta?” y en alguno de sus versos nos dice “mi mente arrolla incansable el mundo sensible/ se arrastra en la lengua/ saborea el néctar”. Rosalind es la que camina sobre el fuego, la que se prosterna al borde de la fuente, la que se asombra ante la trampa del tiempo; “los huesos y la médula arman un laberinto” dice en un poema y en otro “como una hechicera que indaga la naturaleza, descubrí en mi cuerpo las claves” o a veces se pregunta: “quién es esa mujer que se angustia”. En el poema “Palabas a mi madre”, por ejemplo, escribe desde Perséfone.

En una segunda parte “Entre mi cuerpo y yo” aparece más ferozmente la mujer deseante, amante de la naturaleza y que, como en sus libros anteriores, se detiene en la contemplación de múltiples criaturas, flores, lugares especiales y frutos que la tierra da. Nos trae las cúpulas del Islam, el pájaro azul de la mañana, las ágatas, amatistas, corales de la India, azucenas, narcisos y tulipanes, como así también caracolas, geranios y amapolas. Rosalind dice que “en la escritura de Dios estará cautiva” y en el poema “Filigrana “ dice …”nuestro Dios está en prisión ante la defensa satánica”.

Por ello Rosalind es, y me gustó llamarla así, de una “religiosidad peligrosa”, es una mujer que es a la vez muchas mujeres, es hechicera, amante, serpiente emplumada, guerrera, mujer sensual, misteriosa, indagadora.

Y también pregunto: ¿De quién es el ropaje de papel que impresionó los ojos de Rosalind? ¿Ante quién se desnuda o quién se desnuda para ella? ¿Sigue siendo esa niña de vestidos con puntillas almidonadas y lazos con moñitos enmarañados? ¿Dónde ha quedado el “corset de la inocencia” como dice Rosalind?.

Ella es un personaje entrañable, a veces se mueve entre la vacilación y el miedo paralizante frente al mundo hostil e implacable en el que le toca vivir; no deja, sin embargo, de sentir asombro, todavía, ante la maldad o las vicisitudes, pero con su “apariencia débil” es capaz de derribar muros a costa de algunos sacrificios o tristezas y, como manifesté antes, en todas sus obras y en especial en esta, Cristina Pizarro hace hincapié en un personaje principal que siempre pone el cuerpo, a veces en forma erótica y otras muchas en un cuerpo enfermo, tal vez no tanto física sino anímicamente, un cuerpo y un alma desconsolados, faltos de amor o, mejor dicho, siempre en búsqueda del mismo.

En la tercera parte de este fantástico Diario, “Osiris y Rosalind” ella dice: “sufrir, tolerar, aguantar, soportar”…”el crujir tormentoso es un demonio fatal…lo único que tiene sentido es seguir el camino”.

No obstante Rosalind logra vencer al Leviatán: le dice en el poema: “por qué insistes en guardar el tesoro de la inmortalidad y vigilar las perlas y diamantes del árbol de la vida” y Rosalind concluye “ después de permanecer eclipsada adentro del arca feroz tu cuerpo irrumpe con huellas de azabache y de coral”.

¿Qué es lo que Rosalind no dice y se mueve en constante expansión?

Ella habla en un poema: “el secreto es una urdimbre que trepa por la espesura de los montes” , es enigma, es aliento, es el ser íntimo. Nos escribe sobre encrucijadas, cito: “la otra muerte es un casi nada sin tiempo/ es desanudarse el nudo de la existencia”

Rosalind Schieferstein, se identifica con Isis y le manifiesta a Osiris que ella también va a ayudar a recomponer el cuerpo descuartizado del mismo, aludiendo al mito y constituyéndose en salvadora. También los rostros y cuerpos duplicados que aparecen en el poemario denotan un juego maravilloso del doble, eje escritural de vanguardia.

Frente a tantos interrogantes que nos instala el “Diario de Rosalind Schieferstein” quiero decir que los poemas de Cristina Pizarro son como una ola gigante, primero nos sorprende, nos lleva de aquí para allá, entre paisajes encantados, mezclados con el miedo, de pronto la ira, el sufrimiento, la angustia, nos invita a ver los diferentes frutos y criaturas de la naturaleza, nos eleva hacia la exaltación de los sentimientos del amor y cuando nos encontramos allí, en la cresta de la ola, en su punto máximo, comienza a descendernos serenamente, con palabras cautivantes, glamorosas, míticas y siempre nos deja una esperanza, una renovada fe, un sentido de la existencia.

Rosalind es un ser que nos encanta y su deseo es ser amada, encontrar victoriosa el por-venir, se refleja en Osiris, combate con los vampiros, renace en ángel nuevo, habla del buitre, de hechiceros y de la resurrección, se contagia del espíritu de Démeter, en fin, Rosalind concluye el Diario diciendo: “Una mirada estoica se refugia/ en los senderos/ tritura el dolor/ subyugada por la injuria/ se empeña/ en el deseo.

En el “Diario de Rosalind Scheferstein, se desnuda ante ella misma y nos desnuda a nosotros sus lectores; un libro para disfrutarlo por su alto contenido poético y su vuelo excepcional que, estoy segura, para aquel que lo lea, quedará grabado su corazón, y al cual debiéramos darle la importancia que se merece a esta escritura trascendental de Cristina Pizarro, que debería ser muy apreciada en estos tiempos.

A las tres de la tarde

Juntaba montoncitos pequeños de hojas secas, papeles tirados, restos de residuos que hubieran quedado sin recolectar. Los montoncitos puestos en hilera, aquí o allá para que se escurrieran para luego juntarlos todos y depositarlos en la bolsa del carrito que transportaba, serenamente, de una cuadra a la otra hasta completar el radio que le correspondía.

Cada día era lo mismo. Limpiaba con dedicación a lo largo del cordón de la vereda, de esquina a esquina. El cepillo iba y venía como si al barrer pudiera correr todo lo adverso que le sucedía personalmente.

Vivía solo, en una habitación donde se le enredaban los sueños de una vida mejor; recostado en la cama pensaba en la exasperante realidad, quería progresar, conocer a alguien con quien poder relacionarse, encontrarle sentido a las cosas.

A Miguel le gustaba escribir y lo hacía siempre en la noche. Escribo arrebujado en la piel del mundo, escribo sobre el deseo de vivir más intenso, sobre la verdadera edad a la que se llega cuando se cae en alguna trampa romántica. El ritmo de las frases me envuelve, es un buen indicio.

Escribía con fruición, corriendo tras el último aliento, contra la mansedumbre que lo escupía a la letanía de los días, a la pesadilla del agua podrida en los cordones, a la crueldad del verano, a la tristeza helada del invierno. Los sueños tenían una inconsolable brevedad.

Empezaba el trabajo tempranito, cuando la gran mayoría estaba durmiendo. Era muy poca la gente que conocía de la cuadra que le tocaba limpiar. Había visto al hombre vestido siempre de traje y corbata que iba al garage a buscar el coche y lo saludaba seriamente y con respeto; también a la señora gorda y siempre transpirada de la casa de glicinas que baldeaba la vereda, en los día de sol, en los nublados y aún en los lluviosos; al calvo del taller mecánico metido en el overol haciendo nada la mayoría de las veces; a un par de hermanitos con guardapolvos blancos; al viejito que sólo en verano salía a la puerta y se sentaba en la mecedora a observar el leve movimiento de la calle y de los jilgueros y corbatitas enjaulados a los que colgaba de los clavos incrustados en el paraíso.

Eran siempre los mismos personajes coincidiendo en el horario; el paisaje obligado de todos los días.

Una mañana, siempre tiene que haber un momento en que ocurre algo que no sea casual, vio una camión de mudanza; hombres que entraban y salían transportando muebles, como era de esperar en casos como este, de la casa de frente de mármol negro y cuando quedó limpiando a la altura de la casa vio una pequeña porción de patio con macetas, un jazmín, una corona de novia y una hortensia color lila. Recordó el patio de su infancia, la parra de uva chinche y el malvón colorado que la mamá cuidaba con tanto esmero.

Esa noche escribió más que otras: una secreta esperanza se agiganta sin razón; algo diferente me vuelve el ánimo más alegre, deseo abarcar todas las posibilidades de imaginar la cercanía de un momento poderoso; quiero hundirme en alguna forma letánica para horadar la oscuridad que quiera aparecer por momentos para opacar esta especie de conciencia jubilosa.

Varios días se detuvo ante la casa de frente marmolado; no vio ningún movimiento. Por alguna razón quería saber quién se había mudado allí.

Un día decidió ponerse a hablar con el viejito intentando averiguar algo y tuvo la respuesta que necesitaba. Se había mudado una muchacha huérfana que había heredado esa casa, una chica buena, de esas de provincia que son todo amabilidad y supo que trabajaba en una fábrica y que se levantaba temprano y volvía a la tardecita a esos de las tres, a la hora de la siesta.

Desde entonces Miguel escribe todo lo que necesita escribir; lo hace de noche, cuando ya ha concluido la jornada de trabajo y ha cenado, solo, en la habitación alquilada que servía de testigo de su escritura, ésa que nunca había mostrado a nadie, todavía. Escribo sobre el rocío y la humedad, escribo sobre la desmemoria, sobre el tiempo, sobre la espera, antes que se derramen las palabras; ahora quiero sentir una caricia, leve, algo así como un susurro, un pequeño forcejeo de una historia que no llega; quiero sentir los avances y retrocesos en un lento dejarme llevar; quiero hundirme en esos brazos que no conozco, me hamaco sostenido por ilusiones, escribo, con eso me conformo.

Mientras Miguel escribe los ojos se le van poniendo acuosos y entonces piensa en el agua podrida, negra y olorosa que tendrá que barrer al día siguiente y no le importa demasiado porque ahora siente otro perfume, la fragancia del jazmín de aquel patio de macetas y sonríe, nada más para asirse a cada pensamiento, a cada imagen que vaya surgiendo poco a poco para seguir escribiendo, para seguir viviendo, atado a una ínfima esperanza, siempre en silencio, barriendo el cordón de los sueños, con su uniforme limpio, cepillo en mano y una sonrisa, a las tres de la tarde.

Galería de fotos de la obra «TE PROHÍBO LLORAR».

Margaret Collazo – Artista Plástica / Te prohíbo llorar

La obra no puede negar la autoría de escritores que son poetas, tiene ese estilo de disparar ideas y multiplicar situaciones.

Es una obra muy fuerte!!! que duele y mucho porque el personaje parece no tener esperanza y me atrevería a decir que no tiene FE.

Creo que es muy fuerte el peso, de la dramatización al ser unipersonal, por eso tiene más mérito.

Felicitaciones a todos.

Matías D’Angelo – Estudiante de Locución / Te prohíbo llorar

Nombre: Matías D’Angelo.

Entidad: ISER

Curso: Locución Segundo Año. Turno noche.

Fecha: 09 de octubre de 2008.

“Te prohíbo llorar” es un texto teatral de Graciela Licciardi y Jorge Luis Estrella. Relata las vacilaciones de una mujer embarazada, que considera el aborto.

Con frases crípticas y de múltiples interpretaciones, el monólogo pareciera estar destinado, al principio, a un amante o pareja de la protagonista. Sin embargo, más adelante, se dan referencias más claras para indicar que está hablándole a su futuro hijo.

El monólogo relata las cavilaciones, dudas y angustias del personaje, reflejando las cavilaciones, dudas y angustias de toda persona frente a una decisión importante. Al principio, la protagonista parece decidida a terminar el embarazo, y luego duda. No se hace explícito el tipo de relación que tiene con el padre del hijo; si es un amante, o una pareja, pero deja en claro que hay algún conflicto, ya que la protagonista no tiene la confianza para comunicarle la noticia.

Las reflexiones de la protagonista la llevan hacia el pasado, el presente, el futuro imaginado, alternativamente, casi como en una corriente de conciencia. Un pasado críptico que sólo podemos interpretar, que parece dar indicios de un hijo perdido y una relación frustrada.

Al final, la ternura y las fantasías de maternidad invaden al personaje, hasta casi crear una identificación entre ella y el futuro bebé (cuando se pone en posición fetal, y comienza a hablar como bebé). Sin embargo, esto se interrumpe cuando el peso de tomar una decisión definitiva recae sobre el personaje.

Finalmente, el título “Te prohíbo llorar”, podría interpretarse como un impedimento a la réplica del futuro hijo (que, como bebé, sólo puede comunicarse a través del llanto) frente a lo que le dice el personaje. También, como un impedimento del propio personaje a sí misma, que no quiere permitirse llorar ante la angustia de la situación, como si llorar fuera un signo de debilidad, o tal vez porque teme que eso le genere sentimientos de ternura hacia su hijo no nacido. Por último, también podría significar lo que la protagonista imagina que le impondría su pareja: la no aceptación del embarazo, no sensibilizarse, no abrirse emocionalmente, y la carencia de amor que eso puede connotar.

Juan Digregorio- Licenciado en Psicología / Te prohíbo llorar

Qué bueno ha sido lo que he en esta Obra; semejante alegato, una serie de imágenes y PALABRAS, fundamentalmente PALABRAS.

  1. Desde una mirada ingenua he sentido que la obra es altamente fuerte pues toca sensibilidades, que en principio serían de género femenino (problemática femenina; seguramente la visión es distinta según el género observante, pero desde mi lugar como psicólogo pero con una mirada ingenua, diría, que la Obra tiene una buena puesta, muy buena la actuación y muy buena la descripción de la historia.
  2. Ahora desde mi visión como psicólogo, desde la observación, sentí que por un instante estaba en el consultorio escuchando la problemática de alguien desesperado, por sensaciones encontradas: el miedo y los mandatos, que sumado a una gran soledad interna. mostró un viaje a lo interior y a un lugar de decisiones, y es ahí donde la mirada ingenua desaparece y aparece la problemática universal, que se enfatizó en un hecho concreto que sería el embarazo, sólo una significación en un mundo demandante; las palabras que marcaba en el primer párrafo han sido un elemento enriquecedor durante todo el desarrollo y la muy buena actuación, marco que, a través del énfasis en los diferentes momentos de la obra, insisto, esas palabras han sido altamente detonantes en la obra, junto al diálogo interno, ha mostrado un mundo de sensaciones que han marcado, a mi entender, el verdadero desarrollo, y que a su vez sumado a la excelente actuación y a la puesta sencilla, que sólo ha servido para reforzar los elementos internos y externos, han dado como resultado una excelente puesta sobre una idea íntima y universal.
  3. Mi observación no se detuvo sólo en la obra, también vi el rostro de los que salían, y aquí encontré, también, otro mundillo, algo interesante de contarte, si me lo permitís, dado que seguramente a vos se te escapan por la emoción y por la responsabilidad de ser atenta con quienes hemos concurrido al espectáculo, es decir tu papel de anfitriona, quizás te privó de ver, esto que con respeto te cuento: había diferente edades, sexos, y sensibilidades, los/as jóvenes estaban conmocionadas pues lo mostrado en algún momento podría tocarles vivir, luego las más maduritas, salían con gesto de sorpresa como que si alguien le hubiera contado a los autores lo que en algún momento les tocó vivir, luego hubo en este rango cara de no comprender muy bien, y quedar sólo con las emociones de los otros; a los varones se los veía aturdidos como diciendo: ¡qué bárbaro! esto sienten las mujeres en general. Como verás nadie salió indiferente a lo que la Obra mostró.

Sólo me queda por decirte que me encantó lo que han mostrado y deseo profundamente que sólo sea el principio de lo que hay dentro tuyo, y de todos los demás que han hecho posible la Obra, que es realmente fascinante y doy gracias a Dios que tengan el don de poder manifestar su interior con semejante dulzura, pues a pesar de lo duro que ha mostrado esta obra, ha sido tratada con una dulzura que enamora.

Ojalá podamos muy pronto disfrutar de otros momentos interesantes como este.

Un abrazo enorme y simplemente gracias.

María Laura Scazziotta- Licenciada en psicopedagogía / Te prohíbo llorar

Obra que impacta profundamente. Se sufre con el alma y con el cuerpo. Angustia la permanente ambivalencia: lo deseado y lo temido. Lo amado y lo odiado. La vida y la muerte. Encrucijada de la que no escapa ninguna mujer y que no se resuelve jamás. Ninguna mujer deja de pasar por esos momentos cuando se sabe gestando, independientemente de la decisión que tome.

Sobre el final de la Obra uno sale preguntándose qué hará, porque aunque parezca que no deseó ese hijo, así fue. No existe el embarazo no deseado. Viene incluido en el «combo» del amor heterosexual, la necesidad de eternizarlo en la encarnación de un hijo. El amor es vida y la vida siempre quiere más, porque la vida es deseo.

Pero en la vida también está la duda, el egoísmo, el amor a uno mismo que limita nuestra generosidad y nuestras ganas de dar a otro vida. El personaje de la obra, por momentos llega al límite de tolerancia al dolor. Sabe que no quiere destruir a su hijo, pero no sabe cómo salir de su dilema. No puede sentirse amada, no sabemos qué significado tiene para ella que la amen ; piensa que no hay lugar para el hijo.

Por un momento pensé: esta mujer está muerta de miedo porque podría llegar a cumplir con su mayor deseo : concebir un hijo del hombre que más amó en su vida, aunque en esto se le vaya la vida y el hombre.

La obra merece más comentarios; cada párrafo inicia alguna línea de pensamientos.

Ernesto Goldar – Poeta, Ensayista y Filósofo / Te prohíbo llorar

El amor es una estructura ausente

Yo dí más de veinte años y me quedé sin nada/ Ahora estoy sola, ha muerto mi niño enfermo y me he divorciado de mi esposo/ El problema no es el amor sino el límite que tenemos para sufrir o ver sufrir a los que amamos.

El amor está cuestionado por la desdicha. Es una suma de decepciones, un acontecer angustioso, un sueño de humillación y fracaso. Es imposible en la aventura de la protagonista, y el destino de la maternidad, será una razón recurrente para impedir que el hombre y la mujer se amen. El matrimonio sin amor, las mitologías que aprisionan las costumbres sexuales, la posibilidad de existir refugiada en los recuerdos y las ensoñaciones, las exigencias controvertidas con la realidad, las confesiones en palabras irreparables, las imágenes del pasado saturadas de dolor y nostalgia y el amor con “sufrimiento”, develan, sin duda, masoquismo.

La pareja, no el niño, es la enjuiciada, porque los devaneos de la confesión instituyen que las relaciones están sin realizar, son contratos incoherentes y desajustados, sancionados por la misma relatora, que nos dice que el amor ha sido un mito y el sexo una percepción descorazonadora. ¿Acaso propone al amor como pureza?. En fin de cuentas, el amor no está y la mujer lo padece como carencia; el amor se niega (o se instala en alegorías del pasado o en un futuro de fantasía), es el ausente, un esbozo que se interrumpe en seco y hace sobrevenir el desamparo. Parece ser que en “Te prohíbo llorar” las parejas nacen escépticas, oprimidas por una niebla de culpabilidad, y no pueden crecer. El matrimonio asuela; es pura ideología, un antiamor enteramente.

Marta Bianchi – Profesora en Letras / Te prohíbo llorar

La contradicción humana, la lucha interior más profunda se entabla en un despojado escenario que acompaña la angustiosa soledad de la protagonista, enhebrada en los sonidos que forman parte de la escenografía.

La angustia se apodera del espectador que accede al batallar, sin pausa, durante 60 minutos (unos 60 minutos en donde también siente que se le prohíbe llorar) que no consiguen la respuesta que se abre en el interior de cada uno, a modo de grito, o de súplica, o de oración.