“Dicho limitado” de Françoise Laly.

Graciela Licciardi

Prólogo: ¿Cómo logra seducirnos Françoise Laly con su libro “Dicho limitado”?

Ante todo quiero manifestar mi gran satisfacción por haber podido tener en mis manos este libro de poemas que me ha cautivado y del cual he podido recoger algunos conceptos que el análisis del mismo me ha despertado.

Ya desde el título la autora nos anuncia que siempre, en todo discurso hay una fragmentación, ya que nos habla de un “Dicho limitado”, es decir que el discurso siempre tiene un acotamiento, a pesar de los “Mil blancos que conforman mi escenario” como escribe Françoise Laly en su primer poema en el que no falta el secreto, los ojos mágicos en los que se produce una transmutación de azules a verdes y nos enmarca los placeres, que jamás son los mismos, haciendo alusión a que nada es irrepetible.

Deseo destacar la adjetivación inusual que emplea Françoise y en sus diversos poemas, los cuales me gustaría describir de cada uno lo que mi percepción me ha dictado, le imprime una impronta de “paraíso perdido” como si la existencia, a pesar de todo lo vivido, se vea teñida siempre: Lo podemos apreciar a través de algunas palabras que repite a lo largo de todo el poemario: nos habla de esperas, de cabelleras, de niebla, del universo, el mundo y el mapamundi, de diversas barcas, del vidrio, de serpientes y sobre todo, del color blanco y más aún del negro. ¿Será por eso que Françoise Laly logra seducirnos, es esa dicotomía la que nos identifica?.

En “Paréntesis”, no sabemos si en la vida o en la escritura cita a una “deidad perdida”, (el hombre o la mujer se siente pequeño ante Dios), se pone “más cómoda a perder todo” y lo concluye con un oxímoron: “labios azucarados en forma de cicatriz” (algo dulce o placentero en contraposición con lo que se supone que donde hay una cicatriz antes hubo una herida).

“Café solo” es el poema de la inspiración donde hay un papel blanco esperando a llenarse; el pintor frente a lo que posiblemente creará o la escritora que tiene las palabras en sus manos, no sin recalcar en él que son múltiples las identidades que facilitan el arte y cuando el trabajo sale deja de tener nombre propio porque “olvida pedir su nombre”.

El ojo mira con su pupila estrecha, la boca espera una explosión, la pequeña muerte, el orgasmo, en que luego la flor se vuelve roja, envejece y luego llega el placer, están reflejados en el poema “Reir y sonreir” cargado de una sensualidad que atraviesa todo el libro.

“Noche de verano” reafirma esa especie de encantamiento que la autora ejerce sobre el lector, es “una noche sobre tacos altos”, la luna reluciendo en parte de los rostros que se van apagando con el anochecer y lo exacerba en esa “pequeña lengua” donde todo se olvida, hasta la existencia.

Un multiplicidad de sentidos se despliega en “Corro”; la autora expresa “mil lunas bajo los párpados”. Lo refractario del espejo, el juego de las miradas, el reto de “no dar la espalda al amor”, dan cuenta de que es posible reanudar, contra todo pensamiento adverso, el juego de los sentimientos donde se pone toda la “sangre”.

Alguien anónimo acuna a la protagonista de estos poemas, ese hombre sin cara, desconocido, busca unir las manos de él con las de ellas, en la niebla, (unión de almas), este poema “Aquel, me pregunto: ¿podría ser una alusión a los difuntos o desaparecidos?.

Tanto en “Pañuelo cubriendo tus rodillas” como en “la que no quiere callarse” emerge el símbolo del pudor: una sábana que descubre lo obsceno de la madrugada, donde se sublima el amor, que lo hace inmortal, en los placeres y pasiones; sin embargo hay evasivas, destiempos; por momentos es un “amor sin tormento”, “labios que se aprestan a confundirse en besos que le ganan al tiempo” y en otras ocasiones, es el amor que se quiere esfumar.

Esa mujer que es una “vagabunda”, mira, sorprende y desafía a todos ante la constancia de su miedo; denuncia su ser, su identidad, se llama como es y como quiere llamarse, y cuando escribe “Pasan”, ¿qué es lo que pasan?, ¿los momentos de amor?, ¿esas barcas de espuma inmóviles en la arena?. “La playa enamorada por la marea de tu vientre”, dice la autora, con un efecto incantatorio, pero luego lo desciende a “miradas desolladas, al tedio, a los cuerpos y pelos que se desenredan y se trituran los granos de vida y todo pasa”.

Françoise Laly nos trae el sentimiento de orfandad en “En tus manos únicas”; las manos del amante la lleva a tierras de dulzura en las que se asila, apenas se sobrevive, sin pena, sin embargo y el paso de los cuerpos que se dispersan contra el viento para siempre, dejan una huella que no se altera con el crepúsculo.

En “Verano” la sensualidad y el erotismo se manifiestan nuevamente; la sugerencia juega un papel subyacente; la autora describe un paseo por el cuerpo, olores, sal entre los muslos, las sábanas calientes, la desnudez, las ramas agitadas en trazos de carne y es un momento en que el amor se vive solo desde el cuerpo, hay un “pasatiempo de piedra”, la descripción de lo superficial; es pétreo, efímero, hierve la sangre otra vez, hay otro encuentro pero el “arrancamiento es irreparable”, ya se ha muerto otra vez”.

Tanto en “Ebrio” como en “ No reconozco” se produce un salto al vacío, los versos nos conducen a un estado de desolación; el cuerpo no es reconocido, la bruma atraviesa los miedos, sin artificios, el ser se desgarra, se apaga, el ser está ebrio de adentro y de afuera, están todos los venenos de muerte, se habla de polvo, de lodo, de peces náufragos, de un mundo que se calla y hay una mano tórrida que acecha.

Françoise Laly trabaja en forma constante el desasosiego, hay un ser que se ovilla en la sombra como queriendo no salir a la luz, está escondido y hay serpientes en los dedos; está descripto el rechazo, el querer desalojar a alguien para siempre, que muy bien puede ser su alter ego, “la sonrisa negra que prende su alma”.

La descripción de elementos repulsivos: insectos evanescentes, alcantarillas, un ataúd de dedos de jade, llaman al desencanto; la demencia varonil está presente y simbolizada en ese “órgano único” en que mueren algunos orgasmos; hay “sueños de hierro”, palabras que son lanzas y al mejor estilo de Bécquer la autora cita: “funesta vajilla de deseos estallados” y una sábana es una “bofetada”, para simbolizar el escarnio y la humillación.

La búsqueda del amor en un 1º de enero que la autora trabaja en el poema “Salía de un hotel” denota el extravío existencial y la disposición a encontrarlo esgrimiendo las armas para ello: el sombrero, las botas, los ojos de gata, solo con el deseo de “amarse un poco más, con más amor”.

En los dos últimos poemas Françoise Laly cierra su periplo por la vida enunciada a lo largo del poemario con la expresión de “no tener miedo a pesar de las tinieblas” y cuando nos dice “un teclado de sonrisas del alba” coloca la cuota de esperanza y madurez del personaje que escribe y nos hace un llamado a “compartir palabras que ya no existan”, aunque sea “bajo el ojo dudoso del futuro”.

En fin, recomiendo este libro “Dicho limitado”, para aquellos que gusten de la buena lectura, profunda, existencial y apreciablemente notable; entonces sepamos que la autora nos invita a tratar de “inventar el amor, hora por hora, en el movimiento de nuestros dedos”.