Por Graciela Licciardi
- Rosalie romántica y amante de la naturaleza, viuda, se contrapone a su hija, excéptica, fría, artista plástica del cubismo (podríamos decir?).
- Desafío de la madre a la hija: que pinte Aroma de los tilos, cinestesia.
- Apreciaciones de la hija: cuerpo y alma son una misma cosa; lo psíquico no es menos naturaleza que lo físico. La naturaleza abarca también lo psíquico, de manera que no hay que temer que el alma deje de armonizar por mucho tiempo con los cambios de tu cuerpo.
- Se debe considerar lo psíquico como una emanación de lo corporal.
- Extrañeza acerca de que en la vida fuera la timidez la norma que rigiera las relaciones entre la juventud y la edad madura. La juventud se manifestaba reservada frente a la vejez, porque no esperaba, de la dignidad de ésta, comprensión del verde estado de la vida, en tanto que la vejez se sentía tímida frente a la juventud porque, a pesar de admirarla sinceramente como juventud, debido a la dignidad propia de los años, se consideraba que era menester ocultar su admiración detrás de las burlas de una falsa condescendencia.
- La madre llama la primavera de dolor al hecho de sentir pasión por alguien del sexo opuesto.
- La hija tiene esta visión: “Esta desdichada pasión te está matando; lo veo, lo oigo en tus palabras”.
- La madre considera un triunfo de la naturaleza que se antepone a la vejez el “aparente hecho de una menstruación. “Vuelvo a ser mujer, vuelvo a ser una mujer en su plenitud, una mujer apta, que puede sentirse digna de la viril juventud que me ha hechizado”.
- Oposición de la hija, enjuiciamiento, cuando dice: “Pero la armonía entre la vida de uno mismo y las innatas convicciones morales es, al fin de cuentas, aun más necesaria, de manera que, si se destruyera, el resultado que se seguiría de ello no sería sino la destrucción del espíritu, lo cual significa: infelicidad.
- Una pregunta clave en la trama: “¿Es que la dicha es una enfermedad? Desde luego que no se trata tampoco de ligereza de ánimo, sino que es vida, vida, en las delicias y en los dolores; y la vida es esperanza … la esperanza sobre la cual no puedo dar, a tu intelecto, ninguna explicación”.
- Arcada reflexión de Anna sobre su propia actitud hacia la madre: “Se preguntaba si ella misma, que había anhelado fervientemente en otra época el placer de los sentidos aunque sin haber llegado nunca a conocerlo, no se lo había envidiado secretamente a su madre y si, por tal motivo, valiéndose de falsos argumentos intelectuales, la había persuadido a guardar castidad. No, no podía creer tal cosa de sí misma, pero lo que veía la turbaba y le pesaba en la conciencia”.
- Aparece el engaño ya en la dicotomía entre vivir el placer, las costumbres de la época, el sarcasmo, la infelicidad y la mutilación de los sentimientos.
- Y la gran reflexión final de la madre frente a la terrible enfermedad fue: “La naturaleza, a la que siempre amé, ha distinguido con amor a su criatura”.