Por Graciela Licciardi
Ironía en el lenguaje: El muerto es él, no soy yo – Asistir al funeral por el deber y fastidioso decoro. El muerto yacía como siempre hacen los muertos –
Todo el texto está cargado de una minuciosa descripción del mobiliario, de los gestos, de las miradas, hasta de la interioridad de cada personaje, es una tercera persona que sigue a la primera como una cámara de cine. Oficio de difuntos: velas, gemidos, incienso, lágrimas, sollozos. (sarcasmo)
Descripción de Iván Illch: capaz, alegre, benévolo y sociable, aunque estricto en el cumplimiento de lo que consideraba su deber; y, según él, era deber todo aquello que sus superiores jerárquicos consideraban como tal. No había sido servil ni de muchacho ni de hombre, pero su filosofía de vida era acercarse a las gentes de elevada posición social, apropiándose sus modos de obrar y su filosofía de la vida y trabando con ellos relaciones amistosas, no alteró en lo más mínimo la elegancia.
Transformación del personaje por las acusaciones e instigación de su mujer. Era un ser que hacía abuso de su poder.
Iván Ilich se sentía abandonado de todos. Sólo él sabía que con el conocimiento de las injusticias de que era víctima, con el sempiterno refunfuño de su mujer y con las deudas que había empezado a contraer por vivir por encima de sus posibilidades, su posición andaba lejos de ser normal. Luego vino una tregua en el matrimonio.
Después cuando contrajo la enfermedad comenzó a sentir siempre que los días eran una tortura. Y vivir así, solo, al borde de un abismo, sin nadie que le comprendiese ni se apiadase de él.
En su interior se hacía muchas preguntas: Cuando yo ya no exista, ¿qué habrá? No habrá nada. Entonces ¿dónde estaré cuando ya no exista? ¿Es esto morirse? No, no quiero.»
«Hay algo que no va bien. Necesito calmarme; necesito repasarlo todo mentalmente desde el principio. ¿De veras que es la muerte?»
El espanto se apoderó de él . Iván Ilich vio que se moría y su desesperación era continua. En el fondo de su ser sabía que se estaba muriendo, pero no sólo no se habituaba a esa idea, sino que sencillamente no la comprendía ni podía comprenderla.
Comenzó a llamar “aquello” a eso inexplicable que le sucedía. El mayor tormento de Iván Ilich era la mentira, la mentira que por algún motivo todos aceptaban, según la cual él no estaba muriéndose, sino que sólo estaba enfermo, y que bastaba con que se mantuviera tranquilo y se atuviera a su tratamiento para que se pusiera bien del todo. Consideraba a la mentira como algo indecoroso (algo así como si un individuo entrase en una sala esparciendo un mal olor).
Veía que nadie se compadecía de él, porque nadie quería siquiera hacerse cargo de su situación. Únicamente Gerasim se hacía cargo de ella y le tenía lástima; este le decía la verdad: Todos tenemos que morir. ¿Por qué no habría de hacer algo por usted.
Iván Illich quería que le acariciaran, que le besaran, que lloraran por él, como se acaricia y consuela a los niños. Ya nada importaba que fuera mañana o tarde, viernes o domingo, ya que era siempre igual: el dolor acerado, torturante, que no cesaba un momento; la conciencia de una vida que se escapaba inexorablemente, pero que no se extinguía; la proximidad de esa horrible y odiosa muerte, única realidad; y siempre esa mentira.
El personaje se debatía entre la esperanza y la certeza de la cercanía de la muerte y en el relato vemos cómo el autor relata minuciosamente todas aquellas preguntas que un ser puede llegar a hacerse a sí mismo sobre la vida que vivió, si lo hizo en vano, sí hubo algo verdadero, si todo lo que hacían los que estaban a su alrededor lo hacían por él o por sí mismos.
La descripción de todas las sensaciones están maravillosamente logradas como esta imagen: “Le parecía que a él y a su dolor los metían a la fuerza en un saco estrecho, negro y profundo, pero por mucho que empujaban no podían hacerlos llegar hasta el fondo, y esta circunstancia, terrible ya en sí, iba acompañada de padecimiento físico. Él estaba espantado, quería meterse más dentro en el saco y se esforzaba por hacerlo, al par que ayudaba a que lo metieran. Y he aquí que de pronto desgarró el saco, cayó y volvió en sí.
El hecho de que gerasim le sostuviera las piernas en alto para mí es todo un simbolismo de piedad, a pesar de todo Iván nunca quiso llorar delante de él. Lloraba a causa de su impotencia, de su terrible soledad, de la crueldad de la gente, de la crueldad de Dios, de la ausencia de Dios.
El relato alcanza su punto culminante cuando comienza a cuestionarse toda su existencia de la que muchas respuestas quedan inconclusas frente al enigma de la vida y la muerte.
«¿Qué es esto? ¿De veras que es la muerte?» Y la voz interior le respondía: «Sí, es verdad.» «¿Por qué estos padecimientos?» Y la voz respondía: «Pues porque sí.» Y más allá de esto, y salvo esto, no había otra cosa. Y la descripción mayor es la del los dolores morales que eran más que los físicos ante semejante pregunta: «¿Y si toda mi vida, mi vida consciente, ha sido de hecho lo que no debía ser?»
Estuvo resistiendo durante 3 días en ese saco negro hacia el interior del cual le empujaba una fuerza invisible e irresistible. Resistía como resiste un condenado a muerte en manos del verdugo, sabiendo que no puede salvarse; y con cada minuto que pasaba sentía que, a despecho de todos sus esfuerzos, se acercaba cada vez más a lo que tanto le aterraba.
La justificación de su vida lo retenía, no le dejaba pasar adelante, y era el mayor tormento de todos. Y el momento epifánico lo alcanza cuando advierte que hay misericordia dentro de él porque admite que les tenía lástima a todos, era menester hacer algo para no hacerles daño: liberarlos y liberarse de esos sufrimientos y allí comprendió que ese era el máximo dolor pero que nunca lo había registrado hasta que al fin murió. Soltó la vida.