Por Graciela Licciardi
Como testimonio artístico me puedo referir a la universalidad de la vida en tanto que toda obra de arte es una experiencia en la que el artista se compromete.
Sabemos que en culturas androcéntricas todo lo referente a las mujeres es subvalorado, consciente o inconscientemente ya que existiría por mucho tiempo esta cultura marginadora, que fue cambiando, felizmente, con el tiempo.
Por lo tanto mi propósito acerca del tema del erotismo en la Literatura, lo quiero abordar desde un punto de vista femenino y, desde esa mirada universal de la vida, antes mencionada, ir hacia la escritura como una forma de entrar y salir de esos ámbitos, desde lo visceral hasta la ficción, en un ir y venir constante y necesario hacia la madurez humana y escritural.
Cuando se tomó con más ímpetu el erotismo en la Literatura comenzó a aparecer el cuerpo desnudo, se rompieron viejos patrones y la poesía erótica escrita por mujeres se constituyó en un testimonio de vida, inmersa como estaba, en una sociedad cuya lógica era la muerte. En tanto comprendamos que comprometerse con la vida es ser capaces de escucharnos desde adentro, podremos abrirnos a la diversidad y escribir sobre ello.
Las mujeres hemos accedido sin remilgos al mundo de los hombres y lo hemos plasmado en la Literatura, en tiempos en que estaba prohibido hablar y escribir de orgasmos; se nos había catalogado de incoherentes con el deber, de desubicadas históricas o poetas cursis. Grandes escritoras como Silvina Ocampo, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Inés Arredondo, Sor Juana, entre muchas otras, son prueba de valentía, ya que han podido, a través de la Literatura erótica, perturbar las ensoñaciones de muchos para acentuar el aliento transformador de su creatividad.
El erotismo, a mi entender, es la vida de nuestro cuerpo, en lo inherente a la sexualidad, como también de nuestro pensamiento y todo lo que es espiritual, es dejarse fluir, comunicarse, hablar, asumiendo la responsabilidad y el placer de ser.
El erotismo en un texto, entonces, reside en lo invisible. Toda representación visual o lingüística que deje lo invisible en toda su dimensión, es erótica. En ese sentido lo erótico se consustancia con la literatura porque en ella se deja un margen muy grande para la imaginación; es el refinamiento de la sensualidad: Debo señalar, además, que la literatura erótica alcanzó su mayor apogeo desde el siglo XVIII.
Las mujeres que escribimos textos eróticos nos sentimos, en cierta forma, revolucionarias ya que lo que yace en el fondo de toda gran literatura de este género, es una enorme carga de malicia, dotada de una alegoría y metáfora del placer. Y, en esa revolución, poseemos algo de extraño y embriagador del orden de lo prohibido que nos seduce.
El erotismo es ausencia y extrañamiento, es la rememoración de lo ausente, donde se somete a los genitales y los convierte en lengua y entendimiento. Esa búsqueda de un más allá del sexo es lo que imprime carácter de sagrado al erotismo. Ha sido siempre tabú y también un comportamiento que induciría al hombre y a la mujer a liberarse de lo tradicional y canonizado, razón por la cual ha sido combatido. Para las religiones y algunas instituciones, los textos eróticos trasuntan una exageración morbosa del instinto. No tenemos que olvidar que, gracias al erotismo, podemos obtener placer ya que es ese acto omprensible en el que se viven los trances más formidables, para vencer la otredad; cuando logran quedar plasmados en el papel, nos encontramos ante la manifestación más acabada del arte.
También en la escritura, el miedo y el vértigo, que se acercan al encuentro sexual y al conocimiento de la animalidad, con su carga de enorme erotismo, se consideran la suprema invención de nuestras culturas.
Octavio Paz ha dicho que el amor es una respuesta hecha de tiempo y conciencia de la muerte y es una tentativa por hacer del instante una eternidad.
Ya en el Cantar de los Cantares de Salomón, en la Biblia, se advierte ese juego de fabulaciones, de atracciones y repulsiones que interactúan en la narración, con pausas, avances, retrocesos, silencios y declamaciones. Es el goce por la ausencia de lo amado o lo que se desea, reflejado en los textos a través de la sugerencia. El caos, lo imprevisible, es lo que nos impela a salir de nosotros mismos para cifrar nuestros anhelos en lo distinto y proyectarnos al exterior.
Cada relato erótico es como una caja donde el autor ha encerrado sus energías más potentes con las que tiñe todo con un manto de deseo. Enciende la mecha para que el fuego arda, pero lo hace lentamente, con la suficiente morosidad como para que el deseo crezca, se inflame y luego fulgure. Es una insinuación dulce y sugerente del placer sexual, visual y estético. La palabra burda, soez y explícita está ausente, de otra manera se constituiría en pornografía.
Un texto cargado de erotismo da al lector un apoyo para promover sus propias fantasías que aflorarán en la medida en que esas sugerencias y movimientos del relato lo vayan seduciendo. Estará bien escrito si consigue suscitar respuestas imaginativas. A mi entender, sin una actitud irreverente es imposible crear una literatura erótica despojada de prejuicios.
Como escritora me siento una moderadora de voces sin nombre y cuando escribo textos eróticos entiendo que en esas voces creadas cohabitan los instintos más bajos y los deseos sexuales de mayor sensualidad, y hasta los más promiscuos, en el acto de l creación.
El erotismo, en materia literaria, es la metáfora del amor en todas sus dimensiones. Las mejores obras eróticas fueron rescatadas de las hogueras y lugares clandestinos. El erotismo está presente en toda pasión amorosa y un texto literario no está exento de ello, ya que es una escritura que perdura en la memoria. A todos nos apasiona el erotismo en las obras de arte, por ejemplo, y considero más aún en la escritura ya que es un acto heroico donde se deja de lado el puritanismo y se da paso al manejo de un lenguaje que debe alcanzar un nivel estético que lo diferencie de lo obsceno y grotesco donde a lo sexual se le brinde un decorado artístico, sin escatimar el placer y el goce.
Se trata de narrar con lucidez los meandros de la intimidad, con la intención de despertar en el lector una inexorable pasión sexual.
Considero que no es un género menor y me parece encomiable poner énfasis en defender el erotismo de cualquier avatar. El goce estético del ejercicio literario nos exige involucrarnos con todos los sentidos, ya que en ellos también se les adiciona lo emocional.
Este deslumbramiento de la estética, que produce la escritura erótica, queda tatuado en la mente como imagen. No requiere de la exhibición de ninguna parte del cuerpo para ser conscientes de los placeres que de él se derivan.
Por medio de la literatura erótica podemos dar voz a ese cuerpo al que desnudamos a través de la palabra.
Escribir sobre el erotismo es otro de los rostros del amor en el que revivimos la exitencia del otro, en ternura, caricias y sensualidad. Existe, además, una exaltación sentimental en la que el poeta o narrador intenta exorcisarse del objeto amado a través de la idealización del mismo; la operación del erotismo es alcanzar al ser en lo más íntimo hasta el desfallecimiento. La pasión en lo erótico se trata de una búsqueda imposible y en el texto debe estar reflejado. Es el terreno de la violencia y lo más violento es la llamada ¨pequeña muerte¨, que es el orgasmo. Es el agotamiento de una voluptuosidad donde la angustia aparece en un aniquilamiento súbito y luminoso como la aprobación de la vida hasta en la muerte; un desafío a la unión de los amantes. El texto erótico en la función del manejo del lenguaje se reivindica de las reticencias a lo sagrado y profano, también a lo prosaico y lírico, como una manifestación sublime de la condición humana.
En este mundo globalizado, donde lo sexual se difunde vertiginosamente, no se debe caer en la vulgaridad o el simplismo sino, en literatura y sobre todo en la erótica, deben encontrarse expresiones en la que la perífrasis y las metáforas enunciadas constituyan un lenguaje rico en matices en el léxico y exento de términos científicos, donde se aluda a las pasiones de manera sugerente y poética.
En la pos-modernidad se ha logrado que el tema erótico esté quedando en manos de la juventud que está modificando los códigos morales de sus antepasados, ejerciendo una fuerza de atracción más potente sobre la gente.
Estamos aprendiendo a leer correctamente el texto erótico, venciendo las fronteras entre lo celestial y lo infernal, la moralidad y todas sus negociaciones, penetrando en ese universo de una poética donde lo sensual, lo sugerente, las inclusiones, despidos, intercambios y contaminaciones se diseminan en nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro intelecto, con el pulso placentero que explora hasta lo más íntimo de nuestro ser; es ese juego infinito, un entretejido de palabras difíciles de olvidar.
Además, debo destacar que en la actualidad no existe tema que la literatura infantil y juvenil no se atreva a tocar y el erotismo no es una excepción.
Todas las mujeres que escribimos literatura erótica, de alguna manera, llevamos dentro ese concepto de rebeldía con la que no aceptamos la tiranía patriarcal que, admitamos, todavía y, a pesar de todo desarrollo, sigue imperando, aunque lo haga más soslayadamente.
Ya es indudable que existe una fuerte presencia del yo femenino en la literatura erótica que revela una desnudez absoluta, aún cuando haya implicado un trabajo filosófico. Para mí, como mujer, la forma de llegar a ella ha sido motivo de resistencia y enfrentamiento ya que he puesto el ser al descubierto, teniendo conciencia de la sexualidad corporal, en ese universo erótico, en el que por naturaleza me encuentro inmersa.
Cuando escribimos literatura erótica logramos liberarnos de la prisión de nuestro cuerpo; somos capaces de elevarnos a alturas insospechadas de nuestro intelecto. Ya las voces más sensibles que llevamos dentro hacen que nos atrevamos a mirar desnuda nuestra propia figura y la del hombre que en una vida cotidiana, forcejea su lugar. El hilo sostenido a través de un caudal de imágenes, el deseo de decir la última palabra, la entelequia de las lenguas, la soledad desamparada de no conseguir tener al otro semejante, que marca el erotismo, la incorporeidad de ese fantasma que no está pero que se imagina oliéndolo, lamiéndolo, gozándolo en el placer y el goce, dibujando los contornos de una sexualidad que se les imprima a los personajes, eso, es logrado a través del texto erótico.
A mi entender, si rompemos las cadenas de la propia voz sin esperar nada, entre la estupidez y la locura, donde el alma se deslice a lo largo de las frases o a su compás y la mirada recorra la extensión del papel y la punta del lápiz orade las palabras, donde los poetas y narradores pasemos a ser la materia prima de nuestros sueños, entonces, allí estaremos escribiendo con erotismo.
Cuando conseguimos que un conjunto de palabras apuesten y den cuenta de un sexo, de una piel que es transitada en la mortalidad de unos cuerpos inteligentes y sagaces y adquirimos la capacidad de hablar y decir y callar el momento, sin estertores, en donde la fugacidad de los sonidos de la muerte queden de lado, para dejarse envolver por una pulsión que se hace eco, en ese mismo cuerpo que dice, que explora, que escribe sobre un saber desnudo y plácido, vemos cumplida la empresa de haber escrito un texto erótico.