Alejandro Elissagaray
Nuestra experiencia vital en un mundo regido por las contradicciones y los absurdos de toda índole nos demuestra hasta qué punto la realidad transitada cotidianamente oculta una trama de ficción que pone en jaque cualquier principio de certeza. Y esto es así pese a los traumáticos acontecimientos históricos que golpean nuestra conciencia y nuestra memoria. Guerras, opresión social, dictaduras de diverso color político, hambre y epidemias, se nos presentan como fenómenos concretos de la realidad. En medio de estos procesos, anida el individuo, alienado, desestructurado o tal vez demasiado estructurado, sumergido en el infortunio de paladear el vacío de la existencia como un manjar lúgubre. Entonces, aflora el dilema hamletiano de ser o no ser. Pero, en definitiva, ¿qué es ser?, o más aún, ¿cuál es el límite preciso entre lo real y lo ficcional, entre lo subjetivo y lo objetivo?, ¿cómo aproximarnos al conocimiento?, ¿a través del itinerario del alma o del cuerpo, del sueño o de la vigilia, de la razón o la pasión?, ¿en qué medida estos planteos ontológicos y gnoseológicos nos sirven para comprender la esencia humana?.
Quien lea con detenimiento “Lágrima hueca” de Graciela Licciardi, tendrá la oportunidad de abordar estos implícitos interrogantes suscitados con fineza por la autora a lo largo de esta penetrante novela.
Licciardi nos interna en una zona de claroscuros, donde la exploración del yo pareciera constituir un andamiaje central de su propuesta narrativa. Un yo agonista, que tiene frente a sí un no-yo – expresado en los términos del idealismo alemán- que lo limita en su afán de expresarse plenamente. En nuestro caso, ese no-yo está algo desdibujado, pero no por eso deja de ser un elemento concreto; lo representan del mismo modo el pasado y el presente tumultuosos deLaura, la protagonista principal, con sus conflictos y sus ruinas existenciales.
Esta “historia hecha a golpe de alucinaciones”, como muy bien la define la novelista, exhibe a sus personajes como individuos sedientos de estímulos: su hilo conductor es el ascendente erotismo que nos interna en un microclima de almas erosionadas por el desamparo, y acosadas por sus propios fantasmas. Es por este motivo que en Lágrima hueca, la indagación del marco individual se asocia estrechamente con el enfoque discursivo y el grado de perceptibilidad que el texto sugiere. Se observa un lúcido desquiciamiento del juego narrativo que apunta a relativizar el concepto de normalidad de lo real. La desestructuración de las voces de los protagonistas, a través de un ingenioso zigzagueo de las personas verbales, intenta reflejar el nivel de confusión al que nos somete una sociedad edificada en el sinsentido y el quiebre de valores.
La alternancia entre la primera y tercera persona pareciera estar destinada a reflejar la incontrolable tensión interna que nos impide visualizar los límites éticos y cognoscitivos diseñados por el hombre. Tal vez, esta conforme una de las características sobresalientes de la historia. El inestable derrotero de Laura y Lucía, en sus experiencias e intramundos, las introduce en un territorio que las acerca más a la desorientación que al conocimiento profundo de todo aquello exterior a ellas e integrante del campo real. La desarticulación emocional se torna, pues, inevitable, así como también la consecuente diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo. Ver sólo lo subjetivo implica necesariamente enfrentar los principios y valores impuestos para convivir de modo armónico con el resto de la humanidad. Pero por otro lado objetivizar en extremo supondría una desmesurada vinculación con el afuera que arrastraría a los personajes a olvidarse de sí mismos. He ahí uno de los interesantes intríngulis expuestos en Lágrima hueca.
El marco erótico surge como el elemento esencial de la novela que resuelve la fuerte confrontación entre el yo y el no-yo del cual hablamos inicialmente. La fuerza de la voz narrativa de Graciela Licciardi trasciende a la historia en sí; la vemos en el ingenioso equilibrio establecido entre su estética y su implícita cosmovisión. Todo el campo discursivo, todo su estilo, se halla fusionado con una posición filosófica, con una ideología. Las palabras adquieren vuelo propio, son libres de cualquier normativa rígida pero a la vez son reflejos de un modo de concebir el proceso narrativo. Los recursos expresivos son, por decirlo así, los destacados protagonistas de la novela. Metáforas e imágenes nos instalan en un vasto horizonte formal que no descarta la aproximación al discurso poético. Justamente, esto se da en especial cuando Licciardi nos adentra en el submundo del erotismo. El clima se torna visiblemente polisémico. La sexualidad no aparece de un modo brusco, supérfluo y meramente prosaico. Da la impresión de que la autora la concibiera dentro del plano superior de las cosas, una suerte de universo profundo donde caben todas las realidades del alma humana. Veamos a continuación un fragmento que testimonia cabalmente lo expuesto:
“Entonces comenzó el juego, lento, perseverante. Elegimos estar en silencio, descubriéndonos poco a poco. Las sombras de la habitación iban creciendo; todavía no habíamos alcanzado a definir nuestros contornos. Nos respiramos, nos olimos. Todavía era pronto para que quedáramos al descubierto. La seda de la enagua iba y volvía con cada movimiento. Hay unas piernas blancas en un fondo de la red, negra; hay nada más que eso. El espejo extiende el tiempo, lo hace más profundo y nos vemos en él como si fuéramos inmortales”.
Es evidente la poeticidad que Licciardi incorpora en las secuencias eróticas: fulgura, palpita, disuelve laberintos, permite comprender lo esencial. Entonces lo erótico abandona el carácter profano, se aproxima a lo sacro, a lo ritual, y armoniza las contradicciones existenciales que nos predeterminan en nuestro complejo transcurrir en el mundo. El conflicto psicológico cede o al menos se alimenta de una instancia menos visceral y más mágica, aflora con el ritmo de la tempestad y de la música a la vez. Lo erótico aflora como una respuesta estética e ideológica a los grandes interrogantes de todos los tiempos. La búsqueda de la verdad, la muerte, la existencia, la esencia, el tiempo, preocupaciones recurrentes a lo largo de la historia de la humanidad, se refugian en el contacto de los cuerpos, en la inquieta presencia del deseo. Lo femenino se fusiona con lo masculino en una danza de la sensualidad que se parece más al sueño que a la vigilia. Lo femenino se fusiona con lo femenino en un intento por recobrar la fuente de lo humano, la piedad, el consuelo, el auténtico respirar.
Graciela Licciardi ha sabido demarcar con maestría un amplio e intrincado cosmos de contenidos. Su novela Lágrima hueca, signa un rumbo, un despertar de la conciencia, nos hunde en las regiones del placer y aplaca las abismales tentaciones a la desdicha o a la pesadilla. Pero también nos recuerda aquello que sabiamente sostuvo Lucio Anneo Séneca: “La vida es como una leyenda; no importa que sea larga, sino que esté bien narrada”
Alejandro Elissagaray (poeta – ensayista – profesor)